miércoles, 31 de julio de 2019

Ojos de Jaguar

Zarpas en mi cabellera
postrado ante el altar
Donde se asoma una luna negra

Ojos de León
Refleja el sol su pelambrera
Postrado ante el altar
Donde sacrifico una mente presa

Y el templo me sumerge en el sueño
Donde las arañas revelan sus telas
Y en la luz que teje la costra
La tierra asfaltada se hunde y se inflama

Se esconden tras las esquinas
Tapando estrellas, besando botellas
Pero la verdad prevalece
Eterna y cristalina

En los ojos del Jaguar
La muerte se viste de vida
Y en los del león
El hombre está muerto
Si no resucita



miércoles, 24 de julio de 2019

Soliloquios de enano viejo


Marc Daviau

De ver el musgo gigantesco
Y los árboles de estrellas
pronunciándose en el aire

De ver los ríos verdes
Las ruedas de heno en las praderas
rodando por el cielo
De rolar tan solo sus veredas

Se me pusieron los ojos verdes
Y el cabello atardeciendo en clorofila
Se me tostaron las patrias y las pantorrillas
Y se ensanchó la comisura de mis labios
Al ondularse mis arrugas en las sienes del aire
Vi ardiendo los lagos
El marrón quedó debajo
El profundo negro de mi espacio, está escarchado
Y se diseminó en mil pedazos
Semillero de secretos revelados

Entre perfiles agrestes
Los maestros eternos
Insuflan sus ecos
Y solo queda la levedad
Tras enterrar los pájaros

Emplumándome el sombrero


¿Quién se disparará hacia el mandala de nuevo?
¿Quién se embriagará del amargo recordar
-Para olvidarse, uno al fin-
de que crezco a medida de que me hago viejo?

jueves, 18 de julio de 2019

Poesía sin papeles

A medida que pedaleo voy dándole vueltas a mi mundo
Y mientras observo los meandros y los árboles donde se embosca el silencio
Siento que me voy desvaneciendo, como un holograma sin pilas
Sin embargo, estoy más vivo que nunca, agarrando la Tierra por los cuernos
Miro cuando puedo, el majestuoso cielo. Ajeno a todo
Hasta que lluevo y se me empapan los campos y los dedos
Y experimento la solidaridad de los sufridores
Y en su caja de sombras se almacenan las motosierras, los morteros de cemento y los permisos de residencia
Abro un cajón y me veo acampando al borde de un torrente turbulento
Y ambos tenemos recovecos llenos de palabras con distintos acentos
Y la llave de las almohadas insomnes, tapizadas de lustrosas cabelleras
Será por eso que le abre su casa
El eterno sin papeles
Al corazón de los poetas
























jueves, 4 de julio de 2019

Escribir hasta volcar el alma



Mi Séptimo trozo
Oh Todo: I
El corazón de la montaña, me da la confianza para dejarte, este día soleado y triste como un páramo
algo más que un témpano en el pecho.
Hemos madrugado para no quemarnos mientras pedaleábamos y hemos luchado, para no meternos prisa, para desayunar el prana y meter la carpa con los dedos congelados por el rocío que adorna las briznas y las telarañas.
Hemos bebido el zumo de naranja del sol y hemos pasado hambre juntos, hemos pedido agua, nos han regalado tomates y manzanas y hemos juntado los tambores y las cuerdas, hasta quedarnos roncos.
Tu cuerpo, tantas veces admirado se secó a mi lado.
Tantas veces te tumbaste con el sol a mi vera
y yo mientras me sentía tan dichoso...
Queja tras queja me he subido a los árboles de la desesperación,
he saltado sobre las manzanas, me he tirado desnudo 
sobre el jardín amable y nos hemos sentenciado a comprendernos,
compañeros de un camino irremediablemente inolvidable.


Y no obstante, aquí estamos. Como dos icebergs a la deriva,
decididos a fundirse... una con la enorme placa de hielo 
de donde viene, y el otro, con el monstruoso mar. 

Recoges conchas en la orilla y tu rebozo esconde tu poder. Maraca de caracolas que tejes, hilandera de mis horas para bailar con las lobas, caprichoso destino de la cueva sola. Sin lobeznos que sostener.
Mientras rezo con mi tabaco te observo escribiendo sobre la luna negra, que nos bendice con las cicatrices profundas de las palabras y de los dedos. ¿Cuándo dejaron de acariciar y comenzaron a señalar? He de reconocerlo, he sido adicto a la violencia y al sexo y no le echo la culpa a nadie.
Son muchas vidas ya, y casi no recuerdo quién soy ahora.


Yo le ahúyo a la luna en silencio, que me estoy cazando por dentro,
y las ardillas saltan de árbol en árbol, alentándome 
a pasar este relente al raso. Solo con mi tabaco. 
Cómo creer en el Amor si los duendes me sacan los anillos,
si amo la belleza sobre todas las cosas y a veces me gustaría
repartir mis semillas por todos los campos hermosos,
que aparecen por doquier.
Me amarro a un árbol para poder sostener la visión durante un año,
ya no basta con unir los hemisferios del mundo,
mi cuerpo está calloso, y mi mente, necesita de la niebla 
y de las flores de Mayo. 
  
Tal vez algún día, tendremos un invernadero que no sea nuestra 
Madre Tierra, tendremos gallinas que no sean nuestros compañeros 
de lucha, hortalizas que no sean nuestra familia adoptiva. 

Disculpa este témpano, este águila solitaria que da vueltas
sobre sí misma, a ver si se caza. 

Sin embargo, compañera, tu profundidad es el mar en que naufraga
mi mente. He encontrado la paciencia en la yema de mis dedos, 
lo más hermoso de mí mismo en el brillo de tus ojos, 
después de apagarse las llamas de la ira. 
No me detestes por ser diferente.
Por decirle al sistema que no cuente conmigo y por decirte que no,
a veces. Bien sabes que somos espejos.
Porque necesito ser humilde contigo, compañera,
tú no eres ni luna ni loba, sino una humana que incuba a su diosa 
y la venera. 

Yo soy un niño y no tengo más oficio que las letras 
que nombran la belleza, leo mis libros en la hoguera 
y saco tinta de la lluvia y de los ríos.
No puedo vivir conmigo si no voy hasta donde he muerto.
Mar adentro, con un barco que recuerdo irse a pique 
con todos mis compañeros. 
No puedo sino saltar más alto, pero no por el mismo sitio.
Me rompí la espalda para ser testigo del milagro y ahora 
el milagro es volar contigo. 
Pero no me peses, compañera, la mente contra el cuerpo 
es un invierno en Siberia. 

Tal vez ha llegado el momento de despedirse y de desear 
que tus labios se llenen de besos. Cambiar de compañera en este baile.
Ya fue el tiempo de nuestros padres, tan admirados. 
Deseo que seamos capaces de encerrarnos 3 días seguidos
a sentir como la respiración entra y sale por nuestras aletas nasales.
Y seguir otros siete sintiendo nuestro cuerpo entero, sin moverse.
Hoy por hoy, mordemos la guayaba del Amor y cuando se acaba,
hay otra en la siguiente rama. 
Profundamente inconfesable siento que siempre es la misma diosa,
la que en diferente carne se me ofrece, como yo me ofrezco 
en personajes diversos, con o sin barba con o sin canas. 
Con números o letras. 

No confío del todo en ello, tan solo tengo por segura a la naturaleza,
la verdad del río, del Rebeco, de la montaña...
Rezo al ver las águilas que seamos lo suficientemente inteligentes
como para hacer rodar ruedas llenas de imanes, 
cubramos nuestras espaldas de placas solares y dejemos de emporrarnos
con los tubos de escape. 
Deseo tanto que no se extinga nuestra especie...
Hacerlo bien en honor a Shakespeare, a Orwell, a Ghandi... 
Que nos subamos a las montañas para elevar nuestros rezos.
Que agradezcamos por la vida a nuestros ancestros, 
que nos acordemos siempre de esto, que veamos a nuestros padres. 
Finalmente encontraste mi cuerpo varado en la playa.
Un camino de olas lo habían mecido con suavidad
y teñido su palidez mortal con gélida envoltura.
Y que cuando nosotros lo seamos, si lo somos,
porque la Tierra nos grita que no tiene el horno para bollos,
seamos capaces de educarnos con ellos, en el arte de arraigar el alma,
como quien riega con su cariño, una planta.

Tal vez te vayas a la playa, tal vez te encuentres en la arena, 
el alma pulverizada, y la recojas con cariño 
en una bolsa de tela morada. 

Yo soy un viaje lleno de contradicciones, el río contaminado 
que tras una ciudad, llega al bosque y avergonzado de sí mismo, 


se quiere limpiar
Ya siento cerca la brisa del Mar, y sé que estás ahí, 
hablando por tu caracola, y es posible, que desemboquemos 
juntos en estas paredes de agua y de sal.
El Sol me quema por dentro, me vuelvo transparente 
para que pueda brillar. 
Tú que encarnas el alma del mundo déjate sonar...


II

Ya fue el marino, que se amarraba a la mayor al oír cantos de sirena
Ya fue el marinero cuyo catalejo oteaba el horizonte buscando 
la tierra que lavase su sal.
Fondeado mi cuerpo en tu bahía, poco a poco mi alma, 
resurgió de sus cenizas.
 
Hube de labrar mi nombre, acariciando la tierra
Besas mi frente y me vacías, con una ventosa que tira
de mi mente hasta la bandada de mariposas morpho,
que nos hacen fotos cada vez que cierran las alas.
Hube de soñar laberínticas pasiones al borde de la tristeza Y al fin, tumbado, reuniste mis pedazos y los juntaste,
con gotitas de lágrima

Riachuelitos cristalinos que hidrataron una víscera resquebrajada 
Blindada para no sentir 
Pero que sentía, que tenía que volver a hacer fluír 
la misma sangre, por dos cuerpos separada. 
Unida por el alma

Línea a línea voy leyendo ese nombre, oculto tras los árboles. 
Descolgando sus letras, aparecen sus pies entre la hojarasca,
un pie azul, donde la soga lo ahorcó, el otro, inmaculado. 
La luz se desliza por el cielo - le dice el viento al fresno-
y poco a poco, retira la manta ocre que le tapaba.
El tuerto nos mira, sonriendo. 
Con el ojo que no mira mi cuerpo el Universo se arroja hacia dentro.
Está empezando a reír. Dice mirando el cielo.
 
 
Antes de que se desate la tormenta ambarina de la risa, 
has de vaciar tu alma. Mientras me acaricias desperezo mi cuerpo
y poco a poco siento la vida golpeándome por dentro. 
Tus ojos, agujero negro donde me tiras más allá del horizonte
de sucesos hasta la redonda tierra. Hasta el iris donde sueñas
verde y castaña. 
Desobedecí prendiendo el incienso magrebí,
toqué las flores de trompeta, invoqué a los duendes de la amanita...
En el torrente de espuma me bañé con la que fue mi esposa,
la que se fue, arrancándome una daga, justo antes de que esa víscera
de tierra quemada y se nutriese contigo. Ondina profunda de mis venas. 
Me operas el corazón con tus palabras, me cauterizas las heridas
con tu lengua y las cierras labrándome tu historia con los dedos.
Recuerdo un concierto de grillos donde la selva lavaba su cuerpo,
cantaban los indios a los enfermos, y yo, sin saberlo, era un paciente.

Entonces, la abuela Justina dirigió su ícaro hacia mí, 
y me vi nacer en medio de cirujanos y matronas, 
que asistían a mi madre mientras cantaban los indios. 
Quise nacer, y crecí emplumando la noche con los ensalmos 
que me enseñaron.
Los niños cuya boina de beyota heredada les impedía hacer otra cosa
que gritar y dar patadas, se la tuvieron que quitar 
entre sudores y mosquitos. Canté para perdonar los cardenales y golpes
que me distinguían.

La cruz dejó de ser muerte, comenzó a ser vida.
Y si nos arrancaban la sonrisa a golpe de libro 
y de horarios infinitos
seguíamos jugando, imaginando los mundos donde vivíamos. 
y cada vez que me veía en el eterno espejo, 
me constelaba como un túnel en la caída horizontal.
He de vaciar mi alma, se abrió el paracaídas de la poesía 
y pude volar con un ángel que me las soplaba.
Encontré mi tercer pedazo en el techo del mundo,
donde los rebaños de sílfides iban en mares de celestes olas
a destejerse hasta la cima. Pasé la noche con la luna
y el sol morado cantó por mi boca las runas en una danza ancestral.
Estoy tan solo, lloré, recordando la guitarra que me sostenía
por el pentagrama de la noche con mi tribu urbana. 
Y su sonrisa respondía, no lo estás. Poero tú eres una luz, le dije.
Y su sonrisa era tan triste. Pero sus alas me habían llevado 
hasta Aylla Walla. 

Entonces emergió de mi pasado el hombre pájaro. Me acompañó 
con sus flautas, y su abuela, la chamana de las montañas, 
las invocó. ¡Kaisaxu, Apus de Españamanta! 
Y benijo a los niños de la luz, cubriéndolos con su pureza. 
Y entonces ví, que brillando en una cueva estaba mi alma,
encerrada tras el alud de emociones 
que sentí al nacer enchufado a la mátrix. 
Soné mi caracola frente al mar para preguntarle dónde estaba.
¿Sería por ventura el último de mis pedazos?
Isis me llevó uno a uno, a juntar mis siete pedazos. 

III

El primero fue en Hoyo de Manantiales, a los pies de un olmo partido
por un rayo. Un segundo lo saqué de la garganta del diablo,
en las cataratas donde se acaba el mundo, Satán me pedía a gritos
sacrificar a un hombre que hablaba por su celular 
con sus zapatos grito de vaca encima de la diosa verde. 
Pero mis ojos captaron mi alma en un arcoiris redondo y
lo surqué con los vencejos. 
El cuarto, en el pirenáico Ivón de Bernatuara.
Su gelidez  me atravesó con sus agujas, 
y salí de un salto con el sol asomando en mis pupilas.
Arrancaste la garrapata de tu ombligo, cuando tiritando de frío, 
salí chorreando agua estelar. 

Pero allí bendijo mis ojos la montaña una vez más,
y el vuelo de las águilas sobre los hoteles sin ventanas
donde habitaba me dijo que el Dalai Lama está encerrado en templos
sucesivos. Pero su energía quema la resistencia, hackea los sistemas...
Y así seguí, en las alturas de Machipichu y en las cuevas de Nerja. Falta el último. ¿Es posible, invocarlo en diez minutos, vaciando mi alma? Cómo es posible que la noche ahuyase con nosotros junto al río
y bajo el sauce... ¿y que no le encontrase?
Busqué en el templo de los monos y en el lago cuya bruma silenciosa 
creimos que albergaba el Sol
pero tan solo te dió piedra de luna, un trozo de agua petrificada.
Me llamaste sombra, me dijiste hombre, me dijiste Yo. 
Yo ya no soy, te dije. Desaparecí en el paisaje.
Para cambiar kilos de fruta frente a mi granja por unos gramos 
de papel y de hierro. Para ir al colegio tras beberme un chai hervido
sobre boñigas de vaca y atravesar los terrones donde lo suda 
mi padre y mi abuelo.  Para ser las mujeres con velo,
que se ponen años en la espalda en la obra palada a palada...
para alimentar el insaciable cementerio. 

Hormigones y acero junto al río, y buda sonriendo, 
ácido en los pies de los niños del basuerero, 
y buda sonriendo, adolescentes ciegos tocando a Dios en chandal 
y Buda, con los ojos cerrados. Recorriendo su cuerpo. 

Y entonces pude verte, selva de mi cabeza, pude escucharte,
río de mis arterias, y cantaron las serpientes a los niños mocosos
del jersey verde, cuyo tesoro entero cabe en un milagro de sonrisa.
Si vacío mi alma, he de ir al himalaya donde los dedos tibetanos 
vuelven morados y se caen como las hojas. 

¿Y dónde está mi séptimo pedazo?
Recuerdo el anillo que te compré en Jaipur
La verdad que mi alma, no estuvo entera hasta que te la di
Luis Carmona Horta.







Luis Carmona Horta
Primavera 2019