Una nariz privilegiada
Érase un país que vivía de la agricultura, de las vides y las aceitunas. Escanciaba vinos y aceites preciados como el oro. Había en ese paisaje, de arena y
paja, de robles y montañas, una enóloga llamada Jana, que degustaba los caldos
y daba su veredicto en forma de poesías.
“El néctar ambarino de este borgoña es a
la nariz profundo, de fruta y madera, a la lengua es dulce y delicado, con fina
aguja enhebra los tragos como las notas de una melodía en el dorado atardecer”
o
“En el cristal de la copa reposan los
rubíes de este cabernet, se aproxima un vago aroma de jazmines y a llegar a la
boca, sorprende su cuerpo cavernoso de barricas de roble con un fino mariz poroso
y liviano, de joven crianza”
Jana vivía a las orillas del río Duero, en un antiguo barco cosechero que
llevaba uvas hasta Oporto. En su casa flotante recibía las botellas que degustaba
antes de comer o a media tarde, entonces redactaba sus poemas con la luz
atravesando los cristales de las copas y creando arabescos y filigranas con el
movimiento de sus aguas embriagadoras.
Lamentablemente, Jana tenía amistades peligrosas, enólogos envidiosos de su
olfato y de su lírica preciosa, reconocidas bodegas contaban con Jana, que por
otra parte, aceptaría difícilmente aceptaría otra cosa, pues siempre rehusaba
escribir sobre caldos mediocres.
En aquel barco vivía Jana con su familia cercana, su compañero, jardinero de
las vides, compartía sus aficiones, la música, el vino, la poesía…
Su hijo, Marco, jugaba con la chavalería de los alrededores, iba a la escuela
en bicicleta y espiaba a los pájaros y a los astros con unos viejos prismáticos
que pertenecieron a su abuelo.
Un día, la familia fue invitada a cenar en la casa de un fabricante de vinos
amigo suyo, llegaron y para su sorpresa, otro enólogo invitado, de la competencia,
les hacía compañía.
Fueron a la mesa y hablaron de diferentes frivolidades mundanas que no lograron
distraer a Jana del sabor del vino que paladeaba.
Era realmente desagradable, ¿contendría levaduras químicas? No sabía a tierra
sino a laboratorio. A pesar de haber dado un solo sorbo, comenzó a perder el
olfato.
Había sido envenenada.
El bromo, una sustancia que deja la nariz insensible a los aromas y mortal en
grandes dosis surtía su efecto rápidamente. Quiso levantarse, pero apenas dio unos
pasos y cayó desmayada, en coma.
Durante su sueño escuchó vagamente los sonidos del alboroto, su trayecto al
hospital, el llanto de su hijo, la ira de su papá que no podía menos que
sospechar, pero el sueño era cada vzez más pesado y pronto, se vio fuera de su
cuerpo. Volando hacia todas direcciones a su antojo ¡libertad!
Entonces pudo ver más allá de sus ojos, escuchar sin los límites de los oídos y
oler por encima de lo humano, captaba la composición química de las plantas, de
las raíces, de las hojas, captaba todo el abanico de gases que se mezclaban en
el aire, el hidrógeno, el oxígeno las fórmulas mágicas con las que se
comunicaban las plantas…
recorrió las bodegas captó los aromas más sutiles que jamás soñó con conocer en
cada sorbo…
las manos de los campesinos, los pies de los pisadores, por edades, sexo y por
colores… supo a quienes perteneció la fabricación del vino.
Entonces vió una luz apacible y cegadora, un túnel oscuro con ánimas como
luciérnagas de colores… experimentó un
movimiento acelerado, una gran atracción y al llegar a la luz brillante ondas
de amor atravesaron su alma, estremeciéndola en un éxtasis delicioso, así
permaneció. Al cabo de un tiempo incalculable en el blanco denso de la energía
en estado puro, una luz azul de rasgos semi humanos, se dirigió a ella.
-Vuelve, Jana, has de cuidar a tu familia. Sigue escribiedo poesía. Podrás
salir del cuerpo y hacer tu trabajo durmiendo, mejor que antes del
envenenamiento.
Jana despertó para alivio y ozo de su
amor, el de su hijo y su marido, sin embargo, perdió el olfato y el gusto… el
vino era insípido, apenas podía apreciarlo… sin embargo, al quedarse dormida
salía de su cuerpo, aspiraba directamente de las barricas y sus poesías se
fortalecieron, mejoraron… crecían.
Aquel enólogo traidor, tuvo que conformarse con vivir peor, puesto que Jana, se
adelantaba a sus trabajos, yendo mientras dormía a las botellas que le iban
encomendando a este señor, y adelantándose con sus poesías… se convirtió en la
enóloga más prestigiosa. Su mundo se amplió y aprovecharon para arreglar su
barco y poner rumbo a donde les decía el corazón. Portugal, Andalucía, África,
Canarias, Cabo Verde, Centro América… Jana mandaba sus críticas a bodegas de
Francia, Chile, Italia… mientras
viajaban en barco educando a Marco a tiempo completo, degustando los mares y
los cielos, recorriendo poco a poco los atardeceres y amaneceres de las playas
más hermosas del mundo entero.
Luis Carmona Horta
elamorlocuratodo@gmail.com