miércoles, 28 de agosto de 2019

Monedas, magia y sincronía



Cosiendo el cielo



Por el Camino de Peña Sacra, con la Pedriza al fondo. Foto: Marga Estebaranz






Aquel día fuimos a tocar a las fiestas de Colmenar Kerouac y yo.
Le llamábamos Kerouac porque se había dedicado a viajar a la aventura por EEUU y había vuelto de cosechar María con un sombrero de ala ancha y un abrigo hasta los tobillos tipo Wild West.
A mí, pasear por las terrazas cargados de instrumentos, midiendo la afluencia de público, el nivel de ruido y de embriaguez de los parroquianos me recordó a mis tiempos de mochilero indiano cuando andaba recitando y cantando mis poemas con un grupo llamado Los Pachamánicos.

Ese periodo terminó con la muerte de mi abuela a 10.000 kms de distancia. Era mi cumpleaños y como cae en el día de la paz, asistimos a una ceremonia.

Esa noche, sentí encarnarme en el amor por primera vez desde que estuve por última vez con mi ex mujer. Y justo después, cuando rebosaba de felicidad, me dijeron por teléfono que la abuela se estaba muriendo. Ese día, con mis acuosos ojos cerrados. Comprendí que para el amor no hay distancias y la vi feliz, irse sin el peso de su cuerpo. Gracias a ella, comenzó una nueva etapa. El alquiler de su antigua casa me permitió vivir sin volver a pasar la gorra por las terrazas.

Y sin embargo, ahí estaba otra vez, con Kerouac, por amor al arte.
Mientras paseábamos silenciosos hasta el centro del pueblo recordé el último viaje que hice con él.

Íbamos en mi coche, el Halcón Milenario Belén, una hippie recién llegada de la india, con su sitar, Albert, un terapeuta musical, con un cuenco de cuarzo que pesaba 20 kilos y con Keruac y su fiel guitarra. Yo viajaba con un didgeridoo casi tan alto como yo. Parecido al que llevaba colgado del hombro ahora.

En aquel entonces parábamos a tocar por todos los pueblitos turísticos de Francia y de Italia camino al rainbow. (una gran reunión de místicos y artistas nómadas, en Tramonti di Sopra, Alpes de Italia.)

Dos años después de lo de mi abuela, era otro día de la Paz, llegamos a un pueblo en la frontera con Italia con ganas de tocar y comernos una buena pizza. Pero primero, hicimos un ritual, en lo alto de una montaña coronada con las ruinas de una antigua fortaleza. Nos cogimos de las manos y cantamos el Om. (iiiaaoooouuumm)
Los cuencos nos hacían levitar mientras cantábamos con la intención de que la Paz y el Amor reinase entre los terrícolas.



Después nos fuimos a cenar, pero ya era demasiado tarde. Todo había cerrado excepto un lugar donde nos trataron con muy buena onda, pero donde no había gente para poder tocar, seguimos buscando local para tocar y... la avaricia rompió el saco. Pasamos hambre.


Menos mal que un madrugador panadero nos vendió un poco de pan recién hecho.
Teníamos aún alguna verdurita y con lo que teníamos nos alcanzó para un bocata.

Aquella noche Keruac durmió en el coche y nosotros, en sendas tiendas de campaña.

Todavía, Belén y yo no estábamos juntos, pero si nuestros instrumentos.



Volviendo al presente, Kerouac y yo llegamos al centro de Colmenar, y el olorcito de los churros me sacó de mis recuerdos.
En la plaza del pueblo estaban armando un escenario para la noche, y en la otra zona del pueblo, la fiesta de sangre de los taurinos, combinado con el efecto salchicha, mini de cerveza. Mantenía a nuestros público potencial con la mirada bovina y poco abierta a los estímulos musicales de alta frecuencia.


Finalmente, llegamos a una arcada medieval, donde había bastante trasiego de personas y decidimos tocar.

Lamentablemente, los churreros, que estaban al lado, se quejaron y se metieron con mi voz, diciendo que iba a hacer llover.

Yo por fuera, como si nada, les dije que el Sol sale para todos, y que todos tenemos dereho a trabajar.

Y poco a poco, las canciones del rainbow nos infundaron su energía, nos lo pasábamos bien. Tras la primera canción, se detuvo una linda niña y se puso a bailar. Con sus orgullosos y sonrientes papás detrás, disfrutando del espectáculo.

Solo por eso, ya había merecido la pena, pasear cargados de instrumentos y de recuerdos, preguntando por las terrazas.

Volvimos con nuestro pequeño botín y poco dispuestos a despilfarrar nuestra energía, aceptamos el convite de Gema Voz de Ángel para ir a tocar a Manzanares el Real con unos amigos suyos.

Lo que jamás había imaginado, es que acabaríamos haciendo una ceremonia pagana en Peña Sacra, el lugar de reunión de los antiguos druidas.

Las estrellas iluminaban nuestra pequeña reunión. Su nitidez abrumadora nos revelaba el tesoro de las gélidas montañas.

Los dos amigos de Gema desenvainaron sus instrumentos. Un Sitar hindú, como en aquella ocasión con Belén de camino al Rainbow, varios tambores chamánicos... ¡y otro didgeridoo!


Hicimos una rueda de medicina, cantando cada uno una canción. Y poco a poco como en una espiral que se remontase hacia dentro de nuestro corazón a la vez que hacia la Tierra y el Cielo, comenzamos a cantarle a la Madre Tierra, a los duendes de la medicina, a la Gran Conciencia...

Gema Voz de Ángel canalizaba sus cantos en un idioma desconocido incluso para ella misma y poco a poco la medicina de los niños santos comenzó a expresarse a través de nosotros.

Hubo momentos cumbre en el que todos estábamos tan enfrascados en las melodías, con los didgeridoos sonando afinados y al unísono. Momentos valle, de divertidas improvisaciones en familia y de nuevo, las canciones de poder, los cantos armónicos, los luminosos nombres de Dios cantados en salvaje compañía. Quetzal Coatl, Parvati, Hunab Kú, Adonai, Ganesh, Shiva, Krishna, Gaia, Pacha Mama...

Y las palabras transportadas por las águilas, los cóndores, los colibríes, los venados y los lobos a los que cantábamos.

Animales de poder para transportar nuestras mentes a las sagradas cuevas donde se asienta el alma.

Alas para transformarnos, por todas nuestras relaciones...

Y recordé, por qué cuando murió mi abuela, dejé de perseguir monedas y me dediqué al sagrado oficio con toda mi alma.

Cuando me acostaba sobre la fría piedra, debajo de aquella ermita, pensando que vivir la medicina de una vida intensa, bien merecía la alegría y la pena. Justo entonces, una estrella fugaz rasgó la cremallera del cielo, despejando mis dudas. La vía de la medicina.

Luego, me levanté, aterido de frío. Dejé las mantas, me metí en el coche. Al día siguiente iría a pasear con mi padre. A hacer un bastón de poder con mi sobrina.

Y cosiendo el cielo que rasgan las estrellas. A hacer realidad el deseo de liberar al genio, y compartirlo, con mi familia.


26. 8. 2019 Serpiente rítmica roja

Luis Carmona Horta


sábado, 3 de agosto de 2019

Una soga en el cielo




De las nubes cuelga una soga
Para aquel que se atreva a coger el azul
Entre peñas y barrancos caminarás descalzo
Atento a la Tierra a cada paso
Hasta que alcances la cuerda

No bajarás el cielo por más que tires de ella
Pero sigue intentándolo
Si quieres alejarte de la vulgar existencia
De los hombres hormiga

Dirán que andas colgado
Cuando descanses boca abajo
Y las ideas y monedas lluevan
Sin intentar retenerlas

Llegarás al azul y lo verás todo
Sin entender nada
Si no te hacen llorar
Las heridas del infierno

Por eso, acuérdate de rodar
Empeñar tu alma en cada sueño
O serás un alma sin lágrimas
Y los hombres hormiga
Seguirán trabajando
De espaldas al cielo