viernes, 4 de noviembre de 2022

El señor de las bestias


                 
                                                         

                                                                               Foto Unai Extremo

 Bajo un viejo roble cuya copa se bebe todas las estrellas, Alberto, el druida, se sienta cada tarde. 
En el oscilar de sus ramas pierde la mirada. En su corteza llena de mapas, caras y leyendas, viaja Alberto hacia dentro, cubierto por su blanca capa. 
Sus ojos se encuentran con una hormiga del tamaño de una carreta. Sus ojos rojos le escrutan. Le palpan la carne sus largas antenas. Alberto la observa y se sumerje en la fronda del brillante corazón del druida. 
Entonces los túneles se iluminan. Las calles subterráneas palpitantes y oscuras, reverberan con el percutido de millones de patitas. La reina, rodeada de huevos, está fundida en la mente colectiva del hormiguero. Granjeras que cultivan un micelio que alimenta, que cura, que embriaga. 
Hilera de muerte que nutre el bosque dulce del hongo cuyo néctar sacia a las obreras. 
Así en el Cielo como en la Tierra. 
El druida observa la vía láctea. Bullente enjambre de estrellas nuevas en torno a un colosal agujero negro. Negro, como la Reina. 
Alberto no en vano es llamado El señor de las bestias. Cuando las llama, vienen. Y a veces, al cerrar los ojos, despierta. En el vuelo del águila, en la paz de las vacas, en el silente búho que sabe casi todo lo que pasa. Pero es el micelio de las hormigas, el que escucha cada pisada y transporta el agua hasta la savia...
El que lleva la canción de Gaia. a cada bulbo, rizoma... a cada planta. 

Alberto la probó un día. Un tipo de seta cuya secreta medicina, causa la muerte, la locura y... la vida. 
Amanita Panterina. La que ríe y pregunta ¿Cuánto pesas? 10? 100? 60? ¿o el peso del Universo es acaso la respuesta? ¿Y todas las dimensiones donde se escurren los electrones que las mantienen sujetas?
Mientras se muevan las estrellas, se moverá la conciencia y el druida no es una coincidencia. 
Danzó con los solsticios, cantó en las lunas llenas, se sembró en el útero mismo de la diosa primavera. 
Por eso ahora es un árbol. Su barba es como el liken de la corteza. 
No tiene más política que amar la vida y hablar por los bosques y bestias. Porque dime amigo, dime amiga. ¿Quién es más bestia? 
Mientras la Tierra se marchita bajo engranajes y ruedas, mientras los animales se pudren tras kilómetros y kilómetros de glaciales rejas. El señor de las bestias nos mira, y llora la respuesta. 
Pese a todo, Alberto confía. Y les da compasión, hace sus ofrendas. Mientras el mundo gire y giren los planetas, nos volveremos humanos, minerales... estrellas.