jueves, 5 de noviembre de 2015

De vinos y barcos

                         Una nariz privilegiada

Érase un país que vivía de la agricultura, de las vides y las aceitunas. Escanciaba vinos y aceites preciados como el oro. Había en ese paisaje, de arena y paja, de robles y montañas, una enóloga llamada Jana, que degustaba los caldos y daba su veredicto en forma de poesías.

“El néctar ambarino de este borgoña es a la nariz profundo, de fruta y madera, a la lengua es dulce y delicado, con fina aguja enhebra los tragos como las notas de una melodía en el dorado atardecer”

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“En el cristal de la copa reposan los rubíes de este cabernet, se aproxima un vago aroma de jazmines y a llegar a la boca, sorprende su cuerpo cavernoso de barricas de roble con un fino mariz poroso y liviano, de joven crianza”

Jana vivía a las orillas del río Duero, en un antiguo barco cosechero que llevaba uvas hasta Oporto. En su casa flotante recibía las botellas que degustaba antes de comer o a media tarde, entonces redactaba sus poemas con la luz atravesando los cristales de las copas y creando arabescos y filigranas con el movimiento de sus aguas embriagadoras.
Lamentablemente, Jana tenía amistades peligrosas, enólogos envidiosos de su olfato y de su lírica preciosa, reconocidas bodegas contaban con Jana, que por otra parte, aceptaría difícilmente aceptaría otra cosa, pues siempre rehusaba escribir sobre caldos mediocres.
En aquel barco vivía Jana con su familia cercana, su compañero, jardinero de las vides, compartía sus aficiones, la música, el vino, la poesía…
Su hijo, Marco, jugaba con la chavalería de los alrededores, iba a la escuela en bicicleta y espiaba a los pájaros y a los astros con unos viejos prismáticos que pertenecieron a su abuelo.
Un día, la familia fue invitada a cenar en la casa de un fabricante de vinos amigo suyo, llegaron y para su sorpresa, otro enólogo invitado, de la competencia, les hacía compañía.
Fueron a la mesa y hablaron de diferentes frivolidades mundanas que no lograron distraer a Jana del sabor del vino que paladeaba.
Era realmente desagradable, ¿contendría levaduras químicas? No sabía a tierra sino a laboratorio. A pesar de haber dado un solo sorbo, comenzó a perder el olfato.
Había sido envenenada.
El bromo, una sustancia que deja la nariz insensible a los aromas y mortal en grandes dosis surtía su efecto rápidamente. Quiso levantarse, pero apenas dio unos pasos y cayó desmayada, en coma.
Durante su sueño escuchó vagamente los sonidos del alboroto, su trayecto al hospital, el llanto de su hijo, la ira de su papá que no podía menos que sospechar, pero el sueño era cada vzez más pesado y pronto, se vio fuera de su cuerpo. Volando hacia todas direcciones a su antojo ¡libertad!
Entonces pudo ver más allá de sus ojos, escuchar sin los límites de los oídos y oler por encima de lo humano, captaba la composición química de las plantas, de las raíces, de las hojas, captaba todo el abanico de gases que se mezclaban en el aire, el hidrógeno, el oxígeno las fórmulas mágicas con las que se comunicaban las plantas…
recorrió las bodegas captó los aromas más sutiles que jamás soñó con conocer en cada sorbo…
las manos de los campesinos, los pies de los pisadores, por edades, sexo y por colores… supo a quienes perteneció la fabricación del vino.
Entonces vió una luz apacible y cegadora, un túnel oscuro con ánimas como luciérnagas de colores…  experimentó un movimiento acelerado, una gran atracción y al llegar a la luz brillante ondas de amor atravesaron su alma, estremeciéndola en un éxtasis delicioso, así permaneció. Al cabo de un tiempo incalculable en el blanco denso de la energía en estado puro, una luz azul de rasgos semi humanos, se dirigió a ella.
-Vuelve, Jana, has de cuidar a tu familia. Sigue escribiedo poesía. Podrás salir del cuerpo y hacer tu trabajo durmiendo, mejor que antes del envenenamiento.
Jana despertó  para alivio y ozo de su amor, el de su hijo y su marido, sin embargo, perdió el olfato y el gusto… el vino era insípido, apenas podía apreciarlo… sin embargo, al quedarse dormida salía de su cuerpo, aspiraba directamente de las barricas y sus poesías se fortalecieron, mejoraron… crecían.
Aquel enólogo traidor, tuvo que conformarse con vivir peor, puesto que Jana, se adelantaba a sus trabajos, yendo mientras dormía a las botellas que le iban encomendando a este señor, y adelantándose con sus poesías… se convirtió en la enóloga más prestigiosa. Su mundo se amplió y aprovecharon para arreglar su barco y poner rumbo a donde les decía el corazón. Portugal, Andalucía, África, Canarias, Cabo Verde, Centro América… Jana mandaba sus críticas a bodegas de Francia, Chile, Italia…  mientras viajaban en barco educando a Marco a tiempo completo, degustando los mares y los cielos, recorriendo poco a poco los atardeceres y amaneceres de las playas más hermosas del mundo entero.

 Luis Carmona Horta

elamorlocuratodo@gmail.com

2 comentarios:

  1. Y si caemos, nos levantamos
    y le decimos a san Cipriano
    que nos caímos apretaucos
    cuando cruzamos el regatuco

    La envidia es un pecado miserable, hace daño y da placer. Cuando caemos ¡Fuerza para levantarnos! a lo mejor la caída nos traerá nuevas oportunidades
    Besos hijo, te esperamos
    TSP

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  2. Lo que te mata te hace más fuerte, pero hay que saber levantarse, morir es nacer en otro sitio, y como decía Borges "Manuel Flores va a morir, eso es moneda corriente; morir es una costumbre que sabe tener la gente" Pues no se aprecia la vida sin renacer exponencialmente. Gracias pap! un fuerte abraazo!

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