martes, 19 de julio de 2016

IRIS, una historia férica

Cuando vivía en Ojén, un pueblo recóndito entre la costa y la montaña, yo moraba encima de unas cuevas por las cuales pasa un riachuelo cantarín y delgado, bastante sangrado por los cultivos que mantiene río arriba. La lluvia le daba vida y en ocasiones sus cataratas refulgían orgullosas, nutridas por las nubes que acarician las montañas.
El río venía del Juanar, una reserva natural donde conocí a Iris, un ser muy especial.

En ocasiones me gustaba de salir con la guitarra hasta un antiguo bancal al pie de un algarrobo, este árbol generoso custodia una entrada que da a un círculo naturalmente formado y en cuyo centro crece un arbusto preñado de flores e insectos voladores.

A sus pies me gustaba sentarme y cantar canciones, notaba que estas atraían unas energías muy puras y verdes, que atentas a mi libreta, me escribían cuentos y poemas.
Así discurría mi vida, tranquila, haciendo libros y canciones, estudiando y cuidándome a mi, a la casita y a mi pareja de por entonces, cuando fui invitado a una curiosa ceremonia.

Y es que resulta que una vecina mía se dedicaba a hacer duendes, a mano, con papel maché, cola blanca y telas de colores... les ponía pelo animal y objetos en las manos según sus gustos y oficios.
Era así que un grupo de personas fueron adquiriendo estas singulares figuritas, con las cuales no todo el mundo conectaba pues resultaban un poco inquietantes para la gente que sin creer en nada más allá de lo aparente, notaban sin quererlo una energía inexplicable asociada a estas figuras.
Tal es el talento de mi amiga artesana, que canalizaba sus cuerpos y caras, y de una forma o de otra, creaba unas figuras en las que había una energía elemental asociada.

Como decía, fui invitado en calidad de músico, a acompañar a los dueños de tan singulares figuritas en una ceremonia que tenía por objeto, conectar con los duendes y las hadas, fue en la reserva natural del Juanar, allí donde nacía el río que regaba mis poemas, cuentos y canciones.

He de decir que iba si no escéptico, si bastante ajeno a la fé de estas personas, que trataban a sus figuritas como si albergasen seres vivos con inteligencia y capacidades sanadoras, guardianes, adivinatorias... según la naturaleza del duende o del hada en cuestión.
Nos sentamos en un círculo cuyo primer anillo estaba formado por estas figuritas, después, estábamos los humanos y tras unas palabras, comenzamos a tocar.
Didgeridoo, violonchelo, hang... las notas se elevaban por los aires, y formaban una atmósfera onírica en la cual las personas contemplaban como languidecían los últimos rayos del atardecer, filtrados por las copas de aquel bosque al pie de las montañas.

De pronto, al abrir los ojos, capté una luz dorada que revoloteaba tras los primeros árboles, tuve la certeza de que estaba observando un hada, y me pareció normal aunque extremadamente bello en aquel momento, y seguí tocando, inspirado por su energía elemental, haciendo vibrar mi didgeridoo con los sonidos del bosque y de la tierra.

En aquella ceremonia había una pareja singularmente dotada para canalizar los mensajes de los duendes y de las hadas. Ellos me preguntaron qué es lo que había visto y como se llamaba aquel ser que voló tras los árboles. No tuve duda. Iris, les dije.

Me dijeron que tenía una conexión con aquella hermosa criatura y me dieron un mensaje de parte de ella, un mensaje que todavía me resuena... “es bueno que desarrolles tu luz, pero es importante que te atrevas con tus sombras, que las integres y aceptes en tu ser”

Al poco tiempo, me fui a la casa de mis vecinos y en el tallercito de los duendes, me encontré con el hada que había visto en el bosque, estaba a medio hacer.
No dije nada, me fui rumiando lo sucedido y al cabo de dos días, al llegar mi cumpleaños, mi compañera vino con un regalo hermoso e inesperado. Era la figura de Iris. Ella, cuando entró en el taller de su amiga y vecina la reconoció, ¡pero si esta es Iris! Y la adquirió.

Desde entonces, Iris me ha acompañado en todos mis viajes. Aunque la figurita, siempre ha permanecido en Ojén. Y es que cuando me vino su nombre, Iris, me vino en realidad Piris, pero la primera P no era de ella, sino de Pepa, una amiga que trabaja en una tetería llamada Donde el Hada, una tetería situada en la plaza del pueblo.

Es por ello que la figura de Iris, ha vivido con Pepa todo este tiempo.
Ahora escribo en Málaga, hace poco estuve haciendo un pequeño concierto-recital en la tetería del pueblo, entonces me encontré con Iris y se la llevé a mi amiga duendera. Para que la cuidase y reparase un poco.

Mañana iré a por Iris. Hace años que no vivo con ella. Es curioso, tener tantas ganas de verla, cuando siempre que la he pensado con intensidad suficiente, la he sentido cerca. Ayer, sin ir más lejos, cuando estaba encima de la Alcazaba de Málaga, hablando de esto con una amiga, sentí ganas de orinar, me metí en entre los árboles y sobre en un arbusto, brillando en la noche, vi unas alas de libélula, que a la luz de la luna, resplandecían como la plata.

No hay comentarios:

Publicar un comentario