jueves, 14 de enero de 2016

El gusto es mío


El gusto es mío
(4º relato de la saga de los sentidos)



Primera parte:

Famoso era el vuelo del cuchillo de Klaus Artagnam. Convertía en láminas los rábanos y en tiras las zanahorias a una velocidad pasmosa. Espolvoreaba en la marmita hierbas y flores que convertían la cocina en un fragante reclamo para los viandantes de la avenida San Gustavo.

Este chef, de tez blanca como la harina y barba plateada repasaba su historia en los últimos momentos de su vida, pues languidecía venerablemente arrugado... con la mirada perdida en el puchero, rodeado de cocineras y cocineros así como de una mujer de tez oscura, que murmuraba canciones de orientales sonidos.

Klaus había viajado por África, Europa y la India, buscando nuevos aromas y sabores. Fue en el Marruecos francés del siglo pasado que conoció a Bel Habib, alquimista de fogón y arquitecto de restaurantes exquisitos.

No nos engañemos, los orígenes de Klaus eran tan humildes como las cebollas que cortaba, su madre, era una prostituta holandesa y su padre, un belga vendedor de cigarrillos. Pese a los esfuerzos de ambos, no pudieron evitar que su hijo volara lejos del nido en cuanto pudo hacerlo. Su sueño era crear un estilo de comida nuevo, inspirado en comidas orientales y norteafricanas, en parte, debido a la escasa y monótona comida de sus primeras etapas. Este hecho y el de cuidar de sí mismo muy precozmente le llevaron a buscar empleo en el mercado, ayudando a los tenderos a cambio de comida.

A los 17 años, anhelando algo más de la vida, abordó el Pilgrim, un barco de bandera francesa que hacía escala en diferentes puertos mediterráneos, allí se enroló como ayudante de cocina y aprendió a calcular bien las cantidades de comida... Una ocasión, después de quemar una olla de arroz blanco, el cocinero, un inglés apodado "The Fishchips" por poco hace con Klaus un hombre al agua, por fortuna, tan solo se quedó pegado el fondo del arroz y el jóven Klaus Artagnam  se disculpó como pudo y dijo que no era para tanto.

Fishchips era extremadamente metódico y perfeccionista, decía que la cocina es un laboratorio donde los tiempos y medidas están perfectamente calculados. Klaus difería de esta opinión y sazonaba las comidas a ojo de buen cubero, lo cual era descubierto por Fishchips con indignación primero y muda admiración después.

En Marruecos aprendió el oficio de los curtidores. Allí el olor era prácticamente insoportable pero no encontró trabajo en ningún otro lugar.
Tenía que desollar los cadáveres, raspar la piel y ponerla a secar al sol,
Después de un par de semanas de intensa labor y pobreza, rezó con toda su alma para encontrar un lugar mejor. en ese proceso estaba cuando apareció Bel Habib, que pasando por allí se fijó en los ojos anhelantes del muchacho y lo recogió, después de negociar su precio con el maestro curtidor.
Y pasar, del infierno al cielo, Bel Habib le cuidó como sólo un alquimista sabe hacerlo, trató su desnutrido cuerpo, su ánimo famélico y su ávida mente del idioma árabe y del buen conocimiento.

Bel Habib seguía la máxima de "haz de tu alimento tu medicina" le preparó té verde con hierbabuena y dátiles con miel y queso de cabra, luego le enseñó a preparar ensalada de chumbera y humus con  garbanzos cocidos y machacados sazonados con 
cominos, sésamo y pimentón ahumado.



Klaus se recuperó entre sábanas blancas, conversaciones y miradas perdidas hacia el zócalo, las montañas y el inacabable cielo.
Los crepúsculos coloreaban el mar y en una ocasión en que los dos estaban recostados en la barandilla del balcón, Bel Habib le invitó a trabajar en su restaurante. Primero, en la cocina. Klaus se esforzaba por no desbordarse de alegría y buen humor. ¡Por fin estaba donde quería! y cuando meses más tarde hablaba y comprendía lo suficiente, su maestro le sacó de la cocina y le educó en el correcto trato con la gente... de camarero. El humor árabe, la sonrisa, la disposición solícita... Klaus absorbía las enseñanzas como una esponja el agua y pronto se convirtió en un gran aliado para Bel Habib, que le confió poquito a poco más responsabilidades.

Cuando Klaus cumplía 21 años, acudió al restaurante un notable del Punjab de la India, que quedó maravillado con la comida de Bel Habib, fue así que le invitaron a acudir al Punjab para compartir sus secretos culinarios.
No pudiendo evadir sus obligaciones familiares ni su negocio, el maestro consultó con la almohada y decidió que Klaus, iría en su lugar, con la condición de que aprendiese los secretos alquímicos que aparecieran por el camino y se los enseñase a la vuelta, a cambio de sus propios conocimientos.
Klaus aceptó encantado, un mes tenía para aprender todo lo necesario y Bel Habib le dijo:
-Los fogones encienden los corazones de los sabios alquimistas... Es el amor, del agua, el aire, la tierra y el fuego... mi querido muchacho, los ingredientes necesario para hacer madurar cualquier plato.

Klaus celebró su cumpleaños y se despidió de sus amigos, otros estudiantes de Bel Habib en una tetería llamada Taj Mahal. Ellos le habían enseñado a hablar y a divertirse... le llamaban Abyady (blanquito) o Klaus indistintamente, al principio se habían reído un poco de él y de su piel de luna, pero ahora se lo decían con verdadero cariño. Les echaría de menos.
De su maestro se despidió, con un regalo. Semillas de flores de holanda que su madre, antes de partir, le había dado. Bel Habib por su parte, le dió una piedra blanca y le dijo:
-si tienes sed, métetela en la boca, te ayudará a generar saliva y no morir ahogado. Klaus le miró algo consternado. Sontriendo añadió:
-No te preocupes, te traerá suerte.

La carabana salió de Marrakech, el 13 de Diciembre de 1929, allí se encaminaron con un grupo de comerciantes bereberes hacia el Este, de pozo en pozo, muchas veces disputados entre diferentes grupos tribales. El caudillo bereber de penetrantes ojos color miel bajo su turbante caqui oscuro llevaba un halcón de cetrería. Parecía que fuese la rapaz prolongación de sus propios ojos y de cuando en cuando, volvía con algún roedor o lagarto, que enriquecía los pucheros de la caravana cuya dieta consistía casi exclusivamente en dátiles y leche de camella. Pero para ahorrar estos suculentos y escasos manjares, habían de comerse lo que el halcón y los bereberes cazaban.
Los días pasaban bajo el sol implacable y constante, como un pasillo de fuego apenas refrescado por oasis puntuales, donde hombres y camellos abrevaban, llenando sus reservas en odres y jorobas.
El vaivén del camello era el ancla de Klaus en el mundo, su mente repasaba su vida hasta ahora e imaginaba ciudades maravillosas tras las dunas. El viento y la arena curtían su cara blanca, dándole la apariencia de un náufrago en un mar de fuego. Afortunadamente, la noche llegaba precedida de un ocaso cristalino de nubes estilizadas y caprichosas de ocres vivos y dorados resplandores. Entonces Klaus se acercó al fuego y probó a hacer la sopa de lagartos y roedores ayudado de los condimentos de Bel Habib. No estaba mal...
Aquella noche, los fragantes sabores nuevos, desenfundaron las flautas y tambores y Hamil, el cacique de los beduinos entonó canciones de amor y guerra que todos coreaban y seguían con las palmas. Así descubrió Klaus el poder de los fogones, capaces de alimentar los corazones más curtidos del mundo y ponerlos a cantar como si fuese la última noche de su vida.
Por otro lado, la comitiva del Punjab no se quedó atrás, sacaron laúdes y tambores de doble embocadura llamados tablas, que suenan como cubos arrojados al pozo, golpeando el agua. Entonces aparecieron dos doncellas ricamente ataviadas, el príncipe del Punjab al principio pareció contrariado, las mujeres salieron mostrando el vientre y con los pies descalzos, en cuyos tobillos y cinturas tintineaban brillantes monedas.
Todos observaron extasiados las fórmulas mágicas que trazaban sus manos en el aire, el baile de las cimitarras, que pidieron prestadas a los soldados, y las curvas de las afiladas hojas, descansaban en sus cuellos, cabezas y cinturas mientras bailaban.
Finalmente, aquel norable visir del Punjab prometió la danza de los 7 velos para aquel que adivinase el nombre de sus doncellas, contaban para ello con 7 días, los que restaban, hasta la luna llena.
Al día siguiente, los mercaderes, beduinos y camellos caminaron en silencio, ahorrando aliento a un viento, que soplaba en contra.
En vano se devanaba los sesos buscando los nombres de las doncellas, rezó sin mover los labios resecos. Se sacó la pequeña piedra blanca que le había dado Bel Habib y dijo:
-Por el triunfo de la verdad, y el fin de los secretos... por que se revele la identidad de todos los sujetos y por el autoconocimiento...
Así Habib le había dicho; reza solo aquello que sea deseable para Alá, que es Amor, compasión y conciencia cósmica. Pide en nombre del bien común y agradece siempre por lo que tienes y eres y que todo sea para gloria de Alá Todopoderoso...
Klaus observaba las huellas del viento en la arena, playa sin mar de olas de fuego... entonces el viento le comenzó a soplar en el oído... y unas palabras resonaron dentro de su propia cabeza ¿qué hay detrás de los velos de Maia? ¿qué hay en ellos que hipnotiza y atrapa? 



Klaus anotó estupefacto, en una libreta los interrogantes y se inclinó sobre su dromedario dando las gracias.
Reflexionó largamente hasta que las sombras se alargaron al caer el sol... Maia... Arte e ilusión ¡era uno de los nombres! Pues era precisamente aquello que hipnotiza y atrapa... La Diosa ilusionista y juguetona. Afortunadamente Habib le había puesto al día conlas creencias de India y Rajastán, pero qué hay detrás de los velos de Maia? Esa era la incógnita irresoluta y Klaus meditó de día y veló de noche, dejó de comer, embriagado por la energía del desierto, la meditación y el ayuno. Al séptimo día, estando en un páramo infinito en el cual las dunas del horizonte parecían levitar sobre la candela del aire que reverbera sobre la arena, Klaus dió un respingo, con los ojos abiertos de par en par.
Habib le dijo en cierta ocasión que todos los caminos espirituales llevan al vacío, que verdaderamente está lleno de Amor. Este vacío, se denomina Shunyata, la potencialidad de Todo y el espacio que une todas las manifestaciones del Universo.
¡Maia y Shunyata! Klaus casi lo gritó en voz alta, pero su garganta seca ahogó para su fortuna, el grito.

Aquella noche, se deslizó como una aurora para Klaus, que estaba temblando de emoción... anhelante y trémulo.
Los mercaderes y los guerreros tomaron asiento bajo las jaimas de tela y caña. El té fue servido, Klaus ayudó a cocinar a los criados y guerreros encomendados para ello y sólodespuésde cenar las frugales pero exquisitas viandas, anunció el visir:
-El tiempo ha concluido, la luna llena riega con su maná el desierto eterno, las dos doncellas del Punjab bailarán la danza de los 7 velos con aquel que adivine sus nombres ¿alguien por ventura, conoce la respuesta?
Varios beduinos alzaron la mano
-Oh visir! Zulaika y María como las dos santas del Coran
-Me temo que no, guerrero, que pruebe el siguiente
-Fátima y Wafa, dijo otro beduino, como las virtudes de las santas del islam, lealtad y fidelidad.
-Tampoco es la respuesta correcta, lo siento. ¿Alguien más se aventura a dar con sus nombres?
-Maia y Shunyata ¡oh visir! Dijo Klaus levantándose ante todos
-Efectivamente, ¡Klaus el europeo! ¿Cómo justificas tu inesperada respuesta?
-¡Gloria a Alá el compasivo!... Arte y vacío... son los dos principios femeninos que hay detrás de los siete velos, el arte, es Maia, la ilusión, el velo que al retirarse muestra el vacío, que lejos de estar vacío, está lleno de energía. Por eso se llama Shunyata.
-Así es, digno discípulo de Abel Habib el alquimista, ¡me alegro mucho de que vengas en nuestra comitiva al Punjab!
Entonces, un beduino saltó furioso diciendo ¡infieles! Hablan como los brahmanes y fakires que mantienen esclavizadas a las otras castas. El profeta advirtió que no hay nadie superor al otro, ni por sexo ni casta ni raza.
-Y estamos de acuerdo, fogoso guerrero, nosotros somos Sikhs, respetamos a los hindúes y a los mahometanos por igual, pues somos hijos de ambos. En nuestra opinión, ambos tienen sus errores y sus aciertos.
El beduino llevó la mano a la empuñadura de su daga, mirando a Klaus y al visir de hito en hito.
¡Shalam hermano! (exclamó el visir) Guarda tu acero para defender al débil de las injusticias de los poderosos. Esa es la función del puñal que solo ha de desenvainarse, en caso de extrema necesidad.
Y ahora, en nombre de Alá el misericordioso, que suenen las darbukas y los laúdes ¡y comience la fiesta de la luna llena! ¡Que reinen por siempre la alegría y la felicidad!
Entonces un delegado del visir se acercó a Klaus y le condujo hasta la jaima de Maia y Shunyata, Un fuego en el centro calentaba un caldero. Klaus se sentó en unos almohadones sobre una alfombra verde y observó, a la luz de unos faroles, la danza de Maia, con pañuelos de colores que a modo de alas, se desplegaban en la noche. Su figura se revelaba como la silueta de una diosa entre sutiles transparencias. Después Shunyata se acercó al caldero echó pétalos de rosa y unas gotas de aceite esencial de jazmín. Le vendó los ojos y comenzó a recitarle al oído un poema en árabe del gran poeta sufí Rumi:

A través de la eternidad

La Belleza descubre Su forma exquisita
En la soledad de la nada;
coloca un espejo ante Su Rostro
y contempla Su propia belleza.
Él es el conocedor y lo conocido,
el observador y lo observado;
ningún ojo excepto el Suyo
ha observado este Universo”

Continúa leyendo en el próximo capítulo...

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