Poemas y relatos de Luis Carmona Horta // Nataraj Noche Entonada. Esta obra es libre, se puede usar sin modificarla y sin ánimo de lucro citando la autoría (sujeta a Copy Left, ver Creative Commons)
¡Si te ha gustado, comenta y comparte por favor!
1.- La unidad
2.- Juega en el Yinyang
3.- Y le nace un crío
4.- Agua, aire, tierra y fuego
5.- Una manita se alza para coger el cielo
6.- El Tiempo, pendulea hasta lo eterno
7.- en un arpegio de colores intensos
8.- el ocho se tumba en mis gafas
9.- y veo todo lo que me falta
10.- para amarlo todo... desde la nada
Deseo abrir un hueco en mi cabeza
allá donde
el rayo conecta
con el padre eterno
Deseo disolver mi
duda
en la certeza de ser
el cielo inmenso
Quisiera
echar raíces en la Tierra
luz de colores que le nutre y la
penetra
un amanecer emergiendo de la madre negra
y un
atardecer, hundiéndose en ella
Y que el sol de mi pecho funda
sus rejas
y emane mi cuerpo, luz y conciencia
así como del de
todas las personas
Mirarnos con admirada inocencia
pues es
verdad que la naturaleza es bella
que donde la gente viva
brille
la belleza
y las luces fatuas se desvanezcan
que no se
pierda la mente
en melifluos espejitos de colores
Deseo mi
casa colgando en un bosque
hacer un hogar invisible
entre las
ramas de un roble
deseo un río fuerte y jóven
con
remansos donde
el sol sumerja sus colores
Deseo un presente
que no haya olvidado
y que realice creativo
todo su potencial
álmico
en una fraterna alquimia
donde todas las
voluntades
sumamos
Cuando
el susurro terminó, cuatro manos le desvistieron con gran suavidad y
le lavaron con el agua del caldero. Con suaves paños de algodón le
acariciaron, haciéndole estremecer, ungiendo su piel, haciéndole
ver las estrellas en el vacío, sintió que el amor divino se manifestaba
a través de lo mortal, y comprendió que la muerte le subía a la
garganta a medida que la vida batía las alas dentro de su pecho...
su corazón era una paloma bajo la seda de un pañuelo y finalmente
se liberaba, sintiendo la libertad y la dicha de que esa noche, por
fin conocería el cielo. La piel de Klaus era como la luna llena, e
iluminaba a sus compañeras. Bailaron a oscuras, prolongando el
éxtasis mientras la luna brillara, uniéndose al universo, pues bajo
los velos, conoció el arte verdadero... y el vacío, suave y
tierno. Pleno de Amor. Maia y Shunyata... por fin... caídos
todos los velos, le hicieron sentir el Todo en la Nada. Con sus
tesoros más secretos.
A partir de aquel día, Klaus asumió
las funciones de cocinero del visir, dejó por tanto, la sopa del
cetrero y se puso a cocinar cereales y frutos secos que la comitiva
había llevado en cantidad. Los recuerdos de la noche dibujaban una
sonrisa en su cara y sus ojos se abstraían, soñadores, evocando una
noche sin fin. Debía hacer gala de su pericia, por lo cual se
puso a germinar cereales y legumbres, así dejó de depender de la
escasísima leña, consistente en boñigas secas de camello, con el
aliciente de que con ellas, podía hacer té, piedra angular de la
cultura árabe. En aquellas tardes interminables esperando el
crepúsculo, Klaus imaginaba a Shunyata, había visto a Maia desnuda,
pero Shunyata aún le desvelaba. ¿Cómo sería? Su experiencia
sensitiva desbordaba su fantasía. Recordaba el gusto de su piel.
Nunca probó placer tan exquisito como aquel que se endurecía poco a
poco en la boca.
Klaus
intentó repetidas veces hablar con ellas, pero iban en un carro
cerrado al final de la carabana. y Día tras día y noche tras noche,
finalmente atravesaron el Sáhara. Ni las tormentas de arena ni
los alacranes lograron matar a nadie, por lo cual tras recibir sus
salarios y comerciar en la ciudad de El Cairo, todos fueron a
entregar un diezmo de sus ganancias en la mezquita. Semejante proeza
debía ser celebrada y todos fueron a la casa de uno de los
mercaderes, en las afueras de la ciudad, en un suburbio llamado
Madinaty. Allí, en una gran casa, sus esposas y criados les
atendieron a cuerpo de rey. Suntuosas comidas de arroz con pasas
y almendras, dátiles y tamarindos y cordero asado fueron servidos a
los beduinos y los Sikhs, que se sentaban bajo sus grandes turbantes
alegres y contentos. Tras cruzar el Nilo y descansar dos días
en Madinaty, se dirigieron a la ciudad de Suez, el camino era árido
pero estaba bien señalado y había pozos muy agradables por el
camino, rodeados de palmeras a cuya sombra descansaban y charlaban
joviales, los integrantes de la menguada comitiva pues alrededor de
la mitad se quedaron haciendo negocios en El Cairo o se dirigieron al
Norte, remontando el Nilo. Finalmente, avistaron Suez. Tras sus
murallas se escondía la ciudad costera que daba nombre al canal.
Sorpresivamente, el puerto que unía Oriente y occidente, tenía las
puertas cerradas. Como se enteraron poco más tarde por un pastor
de ovejas, un brote de lepra la cercaba, la comitiva discutió sus
posibilidades, decidieron acercarse a las puertas, se despidieron de
los beduinos y tras hacer una ofrenda a los enfermos (manteniendo una
prudente distancia) lograron entrar en el puerto de Suez y fletaron
un barco mercante. El capitán del barco, Hassan Markdiná era capaz
de hablar sin palabras con la tripulación. Una sola mirada de sus
oscuros ojos rodeados de negra Kohl, aquí y allá, ponía a los
marinos en actividad. Un gesto de su cabeza, una leve sonrisa, un
gesto de decepción... eran más que suficiente la mayor parte de las
veces. Y, ¡ay! si tenía que levantar la voz... rara vez lo hacía,
pero cuando lo hacía, temblaban los grumetes y hasta el
contramaestre mantenía la mirada gacha. Una de estas ocasiones se
dió cuando salieron Maia y Shunyata a cubierta. Los marinos dejaron
de trabajar y comenzaron a alabar a Alá entre risas comentando los
atributos de las azoradas muchachas. El Capitán salió de la sala de
mapas y esto fue suficiente para que todos callaran y volvieron al
trabajo, sin embargo, dijo ¡marinos! No quiero escuchar ni un solo
comentario sobre nuestras pasajeras. Y os aseguro que si alguien osa
molestarlas, conocerá la quilla de nuestro barco. Al día
siguiente, uno de los soldados del Punjab se dirigió a Klaus, cuando
este le servía la comida. -He visto como Shunyata captaba tu
corazón y tus miradas... dueña de las mías es Maia ¡Por fin
tendremos oportunidad de cortejarlas! Bueno sería que tocásemos
instrumentos, pues la música, los corazones ablanda. Yo viajo con un
laúd, bien podrías tú acompañarme cantando en tu lengua extraña.
El
gusto es mío (4º relato de la saga de los sentidos)
Primera parte:
Famoso
era el vuelo del cuchillo de Klaus Artagnam. Convertía en láminas
los rábanos y en tiras las zanahorias a una velocidad pasmosa.
Espolvoreaba en la marmita hierbas y flores que convertían la
cocina en un fragante reclamo para los viandantes de la avenida San
Gustavo.
Este
chef, de tez blanca como la harina y barba plateada repasaba su historia en los últimos momentos de su vida, pues
languidecía venerablemente arrugado... con la mirada perdida en el
puchero, rodeado de cocineras y cocineros así como de una mujer de
tez oscura, que murmuraba canciones de orientales sonidos.
Klaus
había viajado por África, Europa y la India, buscando nuevos aromas
y sabores. Fue en el Marruecos francés del siglo pasado que conoció
a Bel Habib, alquimista de fogón y arquitecto de restaurantes
exquisitos.
No nos engañemos, los orígenes de Klaus eran tan
humildes como las cebollas que cortaba, su madre, era una prostituta
holandesa y su padre, un belga vendedor de cigarrillos. Pese a los
esfuerzos de ambos, no pudieron evitar que su hijo volara lejos del
nido en cuanto pudo hacerlo. Su sueño era crear un estilo de comida
nuevo, inspirado en comidas orientales y norteafricanas, en parte, debido
a la escasa y monótona comida de sus primeras etapas. Este hecho y
el de cuidar de sí mismo muy precozmente le llevaron a buscar empleo
en el mercado, ayudando a los tenderos a cambio de comida.
A los
17 años, anhelando algo más de la vida, abordó el Pilgrim, un
barco de bandera francesa que hacía escala en diferentes puertos
mediterráneos, allí se enroló como ayudante de cocina y aprendió
a calcular bien las cantidades de comida... Una ocasión, después de
quemar una olla de arroz blanco, el cocinero, un inglés apodado "The
Fishchips" por poco hace con Klaus un hombre al agua, por
fortuna, tan solo se quedó pegado el fondo del arroz y el jóven
Klaus Artagnam se disculpó como pudo y dijo que no era para tanto.
Fishchips era
extremadamente metódico y perfeccionista, decía que la cocina es un
laboratorio donde los tiempos y medidas están perfectamente
calculados. Klaus difería de esta opinión y sazonaba las comidas a
ojo de buen cubero, lo cual era descubierto por Fishchips con
indignación primero y muda admiración después.
En Marruecos
aprendió el oficio de los curtidores. Allí el olor era
prácticamente insoportable pero no encontró trabajo en ningún otro
lugar. Tenía que desollar los cadáveres, raspar la piel y
ponerla a secar al sol, Después de un par de semanas de intensa
labor y pobreza, rezó con toda su alma para encontrar un lugar
mejor. en ese proceso estaba cuando apareció Bel Habib, que pasando
por allí se fijó en los ojos anhelantes del muchacho y lo recogió,
después de negociar su precio con el maestro curtidor. Y pasar,
del infierno al cielo, Bel Habib le cuidó como sólo un alquimista sabe hacerlo, trató su desnutrido cuerpo, su ánimo famélico y su
ávida mente del idioma árabe y del buen conocimiento.
Bel
Habib seguía la máxima de "haz de tu alimento tu medicina"
le preparó té verde con hierbabuena y dátiles con miel y queso de
cabra, luego le enseñó a preparar ensalada de chumbera y humus
con garbanzos cocidos y
machacados sazonados con cominos, sésamo y pimentón ahumado.
Klaus
se recuperó entre sábanas blancas, conversaciones y miradas
perdidas hacia el zócalo, las montañas y el inacabable cielo. Los
crepúsculos coloreaban el mar y en una ocasión en que los dos
estaban recostados en la barandilla del balcón, Bel Habib le invitó
a trabajar en su restaurante. Primero, en la cocina. Klaus se
esforzaba por no desbordarse de alegría y buen humor. ¡Por fin
estaba donde quería! y cuando meses más tarde hablaba y comprendía
lo suficiente, su maestro le sacó de la cocina y le educó en el
correcto trato con la gente... de camarero. El humor árabe, la sonrisa, la
disposición solícita... Klaus absorbía las enseñanzas como una
esponja el agua y pronto se convirtió en un gran aliado para Bel
Habib, que le confió poquito a poco más responsabilidades.
Cuando
Klaus cumplía 21 años, acudió al restaurante un notable del Punjab
de la India, que quedó maravillado con la comida de Bel Habib, fue
así que le invitaron a acudir al Punjab para compartir sus secretos
culinarios. No pudiendo evadir sus obligaciones familiares ni su
negocio, el maestro consultó con la almohada y decidió que Klaus,
iría en su lugar, con la condición de que aprendiese los secretos
alquímicos que aparecieran por el camino y se los enseñase a la
vuelta, a cambio de sus propios conocimientos. Klaus aceptó
encantado, un mes tenía para aprender todo lo necesario y Bel Habib
le dijo: -Los fogones encienden los corazones de los sabios
alquimistas... Es el amor, del agua, el aire, la tierra y el fuego...
mi querido muchacho, los ingredientes necesario para hacer madurar
cualquier plato.
Klaus celebró su cumpleaños y se despidió
de sus amigos, otros estudiantes de Bel Habib en una tetería llamada
Taj Mahal. Ellos le habían enseñado a hablar y a divertirse... le
llamaban Abyady (blanquito) o Klaus indistintamente, al principio se
habían reído un poco de él y de su piel de luna, pero ahora se lo
decían con verdadero cariño. Les echaría de menos. De su
maestro se despidió, con un regalo. Semillas de flores de holanda
que su madre, antes de partir, le había dado. Bel Habib por su parte, le
dió una piedra blanca y le dijo: -si tienes sed, métetela en la
boca, te ayudará a generar saliva y no morir ahogado. Klaus le miró
algo consternado. Sontriendo añadió: -No te preocupes, te
traerá suerte. La carabana salió de Marrakech, el 13 de
Diciembre de 1929, allí se encaminaron con un grupo de comerciantes
bereberes hacia el Este, de pozo en pozo, muchas veces disputados
entre diferentes grupos tribales. El caudillo bereber de penetrantes
ojos color miel bajo su turbante caqui oscuro llevaba un halcón de
cetrería. Parecía que fuese la rapaz prolongación de sus propios
ojos y de cuando en cuando, volvía con algún roedor o lagarto, que
enriquecía los pucheros de la caravana cuya dieta consistía casi
exclusivamente en dátiles y leche de camella. Pero para ahorrar
estos suculentos y escasos manjares, habían de comerse lo que el
halcón y los bereberes cazaban. Los días pasaban bajo el sol
implacable y constante, como un pasillo de fuego apenas refrescado
por oasis puntuales, donde hombres y camellos abrevaban, llenando sus
reservas en odres y jorobas. El vaivén del camello era el ancla
de Klaus en el mundo, su mente repasaba su vida hasta ahora e
imaginaba ciudades maravillosas tras las dunas. El viento y la arena
curtían su cara blanca, dándole la apariencia de un náufrago en un
mar de fuego. Afortunadamente, la noche llegaba precedida de un ocaso
cristalino de nubes estilizadas y caprichosas de ocres vivos y
dorados resplandores. Entonces Klaus se acercó al fuego y probó a
hacer la sopa de lagartos y roedores ayudado de los condimentos de
Bel Habib. No estaba mal... Aquella noche, los fragantes sabores
nuevos, desenfundaron las flautas y tambores y Hamil, el cacique de
los beduinos entonó canciones de amor y guerra que todos coreaban y
seguían con las palmas. Así descubrió Klaus el poder de los
fogones, capaces de alimentar los corazones más curtidos del mundo y
ponerlos a cantar como si fuese la última noche de su vida. Por
otro lado, la comitiva del Punjab no se quedó atrás, sacaron laúdes
y tambores de doble embocadura llamados tablas, que suenan como cubos
arrojados al pozo, golpeando el agua. Entonces aparecieron dos
doncellas ricamente ataviadas, el príncipe del Punjab al principio
pareció contrariado, las mujeres salieron mostrando el vientre y con
los pies descalzos, en cuyos tobillos y cinturas tintineaban
brillantes monedas. Todos observaron extasiados las fórmulas
mágicas que trazaban sus manos en el aire, el baile de las
cimitarras, que pidieron prestadas a los soldados, y las curvas de
las afiladas hojas, descansaban en sus cuellos, cabezas y cinturas
mientras bailaban. Finalmente, aquel norable visir del Punjab
prometió la danza de los 7 velos para aquel que adivinase el nombre
de sus doncellas, contaban para ello con 7 días, los que restaban,
hasta la luna llena. Al día siguiente, los mercaderes, beduinos y
camellos caminaron en silencio, ahorrando aliento a un viento, que
soplaba en contra. En vano se devanaba los sesos buscando los
nombres de las doncellas, rezó sin mover los labios resecos. Se sacó la pequeña piedra blanca que le había dado Bel Habib y dijo: -Por
el triunfo de la verdad, y el fin de los secretos... por que se revele
la identidad de todos los sujetos y por el autoconocimiento... Así
Habib le había dicho; reza solo aquello que sea deseable para Alá,
que es Amor, compasión y conciencia cósmica. Pide en nombre del
bien común y agradece siempre por lo que tienes y eres y que todo
sea para gloria de Alá Todopoderoso... Klaus observaba las
huellas del viento en la arena, playa sin mar de olas de fuego...
entonces el viento le comenzó a soplar en el oído... y unas
palabras resonaron dentro de su propia cabeza ¿qué hay detrás de
los velos de Maia? ¿qué hay en ellos que hipnotiza y atrapa?
Klaus
anotó estupefacto, en una libreta los interrogantes y se inclinó
sobre su dromedario dando las gracias. Reflexionó largamente
hasta que las sombras se alargaron al caer el sol... Maia... Arte e
ilusión ¡era uno de los nombres! Pues era precisamente aquello que
hipnotiza y atrapa... La Diosa ilusionista y juguetona.
Afortunadamente Habib le había puesto al día conlas creencias de
India y Rajastán, pero qué hay detrás de los velos de Maia? Esa
era la incógnita irresoluta y Klaus meditó de día y veló de
noche, dejó de comer, embriagado por la energía del desierto, la
meditación y el ayuno. Al séptimo día, estando en un páramo
infinito en el cual las dunas del horizonte parecían levitar sobre
la candela del aire que reverbera sobre la arena, Klaus dió un
respingo, con los ojos abiertos de par en par. Habib le dijo en
cierta ocasión que todos los caminos espirituales llevan al vacío,
que verdaderamente está lleno de Amor. Este vacío, se denomina
Shunyata, la potencialidad de Todo y el espacio que une todas las
manifestaciones del Universo. ¡Maia y Shunyata! Klaus casi lo
gritó en voz alta, pero su garganta seca ahogó para su fortuna, el
grito.
Aquella noche, se deslizó como una aurora para Klaus,
que estaba temblando de emoción... anhelante y trémulo. Los
mercaderes y los guerreros tomaron asiento bajo las jaimas de tela y
caña. El té fue servido, Klaus ayudó a cocinar a los criados y
guerreros encomendados para ello y sólodespuésde cenar las frugales
pero exquisitas viandas, anunció el visir: -El tiempo ha
concluido, la luna llena riega con su maná el desierto eterno, las
dos doncellas del Punjab bailarán la danza de los 7 velos con aquel
que adivine sus nombres ¿alguien por ventura, conoce la respuesta?
Varios beduinos alzaron la mano -Oh visir! Zulaika y María
como las dos santas del Coran -Me temo que no, guerrero, que
pruebe el siguiente -Fátima y Wafa, dijo otro beduino, como las
virtudes de las santas del islam, lealtad y fidelidad. -Tampoco
es la respuesta correcta, lo siento. ¿Alguien más se aventura a dar
con sus nombres? -Maia y Shunyata ¡oh visir! Dijo Klaus
levantándose ante todos -Efectivamente, ¡Klaus el europeo! ¿Cómo
justificas tu inesperada respuesta? -¡Gloria a Alá el compasivo!... Arte y vacío... son los dos
principios femeninos que hay detrás de los siete velos, el arte, es
Maia, la ilusión, el velo que al retirarse muestra el vacío, que
lejos de estar vacío, está lleno de energía. Por eso se llama
Shunyata. -Así es, digno discípulo de Abel Habib el alquimista,
¡me alegro mucho de que vengas en nuestra comitiva al Punjab!
Entonces, un beduino saltó furioso diciendo ¡infieles! Hablan
como los brahmanes y fakires que mantienen esclavizadas a las otras
castas. El profeta advirtió que no hay nadie superor al otro, ni por
sexo ni casta ni raza. -Y estamos de acuerdo, fogoso guerrero,
nosotros somos Sikhs, respetamos a los hindúes y a los mahometanos
por igual, pues somos hijos de ambos. En nuestra opinión, ambos
tienen sus errores y sus aciertos. El beduino llevó la mano a la
empuñadura de su daga, mirando a Klaus y al visir de hito en hito.
¡Shalam hermano! (exclamó el visir) Guarda tu acero para
defender al débil de las injusticias de los poderosos. Esa es la
función del puñal que solo ha de desenvainarse, en caso de extrema
necesidad. Y ahora, en nombre de Alá el misericordioso, que
suenen las darbukas y los laúdes ¡y comience la fiesta de la luna
llena! ¡Que reinen por siempre la alegría y la felicidad! Entonces
un delegado del visir se acercó a Klaus y le condujo hasta la jaima
de Maia y Shunyata, Un fuego en el centro calentaba un caldero. Klaus
se sentó en unos almohadones sobre una alfombra verde y observó, a
la luz de unos faroles, la danza de Maia, con pañuelos de colores
que a modo de alas, se desplegaban en la noche. Su figura se revelaba
como la silueta de una diosa entre sutiles transparencias. Después
Shunyata se acercó al caldero echó pétalos de rosa y unas gotas de
aceite esencial de jazmín. Le vendó los ojos y comenzó a recitarle
al oído un poema en árabe del gran poeta sufí Rumi:
“A
travésde
la eternidad La
Belleza descubre Su forma exquisita En
la soledad de la nada; coloca
un espejo ante Su Rostro y
contempla Su propia belleza. Él
es el conocedor y lo conocido, el
observador y lo observado; ningún
ojo excepto el Suyo ha
observado este Universo” Continúa leyendo en el próximo capítulo...
Disfruten las molestias, ¡muy buenas vibras! señores y señoras, esto es un recital improvisado y todo lo dicho, ya ha pasado Foto de Mónica Mateos En este agujero de gusano nos amasamos y creamos un pan ciudadano Observo que no todos nos miramos pero que cada uno lleva en el rostro la historia de su vida Siento algo hermoso al sumergirme en las niñas de tus ojos es como recordar a alguien que había olvidado a veces pienso que el futuro, emerge de pasado y en este túnel del espacio y del tiempo el vacío se escurre bien rápido y no lo recordamos A no ser que algo original un vate o un juglar se empeñe en introducirse por tus ojos A no ser que el de (o la de) enfrente se decida a hablarte para crear otra historia suburbana Cada mañana muerdo esta pequeña manzana y me conviertoen el gusano en que me amaso y entonces bailo, recito y canto como un espejo espiralado en el que tú te miras en mí y entonces nos recordamos