Estaba intentando dormir con los pies cruzados y las botas puestas dentro del saco cuando pensé:
Deseo tener un niño con la Juana.
Justo entonces sentí un resplandor, abrí los ojos y ví una estrella fugaz pasando a toda leche sobre la plataforma, una explanada de pasto rodeada de montañas y de nieve.
La verdad es que en ese momento me acojoné vivo. Era como si me hubiera escuchado el cielo. ¿Iba a ser padre? No pude darle muchas vueltas al asunto, porque mi teniente comenzó a despertarnos en voz baja.
Eché un vistazo alrededor y ví al sueco sobre una roca.
Su presencia vigilante me tranquilizó.
Cuando vino el teniente a despertarme le pregunté:
-¿Qué pasa jefe?
-Parece que hay movimiento allí abajo, puede que sean los Civiles.
-¿A estas horas?
-Vamos. Tomad posiciones, ya veremos si son o no son.
Era nuestro enlace, Demetrio el cabrero, que había subido con un par de mulas de avituallamiento.
Traía malas noticias, habían detenido a María La Guisandera, una colaboradora nuestra que era quesera de la localidad de Guisando. ¡Qué faena!
A esas alturas seguramente la tuvieran en el Palacio de la Mosquera en Arenas de San Pedro.
No tardaría en cantar hasta en latín para salvar el pellejo. Yo no la culparía por ello. Más le valía hacerlo.
Así que nuestro refugio estaba “quemado”. Teníamos que movernos.
Nos fuimos a toda prisa, por un lado para ganar altura antes que los picoletos. por otra, para no pensar y morirnos de frío sin poder hacer fuego.
Al otro lado de la ladera contábamos con varios escondrijos entre las pallozas de los ganaderos, pero con la María cantando en La Mosquera ningún sitio parecía seguro.
Mientras caminaba pensaba en La Juana. Paseando con su blusa blanca como un velero henchido de viento. Ese viento del pueblo que le gustaba tanto recitar.
Había luz en mi recuerdo, la luz de los Jardines del Real del verano pasado, cuando yo estaba recién llegado a Valencia.
La Juana me dio hospitalidad y me puso al día de las acciones de los maquis.
Por los Pirineos había pasado Carrillo con varias columnas, pero no consiguieron retener el valle de Arán. Los franquistas habían recibido un chivatazo y les estaban esperando.
Sin embargo varias brigadas estaban actuando por la zona de Levante y de Teruel.
En Gredos nunca se habían rendido del todo. Mi misión era llegar como refresco allí, donde estaba mi teniente.
Juana y yo estábamos solos en aquel piso franco aunque yo salía a trabajar para un contacto que teníamos en los muelles y Juana se quedaba en casa encargada de codificar y enviar los mensajes de nuestra guerrilla.
Pasaron los meses y me sentía tranquilo, por fin en la retaguardia después de darlo todo en la división Lecrerk. La primera que llegó a París. Le contaba a La Juana como nos lo pasamos en la fiesta de la liberación y después, cuando los camaradas empezaban a dispersarse como me cogió por banda mi teniente (Más conocido como “El orejas” por sus orejas de soplillo) y me convenció para unirme a su columna.
-Herminio. Necesitamos hombres como usted, con experiencia en el frente para liberar la península del yugo del fascismo.
-Don Millán, no es que no quiera ir, entiéndame usted, es que llevamos desde el 36 en las trincheras y a tiro limpio por los montes.
-Todo lo que hemos luchado será en vano si no liberamos la península. Ahora somos fuertes. Hay que canalizar el agradecimiento de los aliados para nuestra causa. Si no, seremos apátridas o ciudadanos de segunda lo que nos queda de vida.
-Tiene usted razón mi teniente, pero yo necesito un permiso de unos meses para recuperarme antes de volver al frente.
-Claro, tómese su tiempo, pero haga el favor de no dormirse en los laureles. Le estaremos esperando.
Corría el verano del cuarenta y cuatro y al final estuve casi tres años intentando olvidar tanta violencia y tanta muerte. Pero me despertaba llorando o gritando en plena noche.
Me establecí en Marais, cerca de Marsella y eché los días en los viñedos de un chateau. Jaques, el dueño, simpatizaba con la causa de los españoles y pasábamos las tardes hablando en el jardín, montando a caballo o jugando a la petanca. Pero cometí la imprudencia de enamorarme de su hija y un día que estábamos pisando uvas en el lagar, ella y yo comenzamos a reír y bailar descalzos.
Cuando volvíamos de limpiarnos los pies nos encontramos cara a cara y una cosa llevó a la otra y bueno. El ambiente se enrareció. El marido notó algo y… estaba celoso.
Razón no le faltaba al pobre así que me fuí de allí. Contacté al orejas y nos citamos en Valencia.
El POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) me puso en contacto con Fermín, un obrero anarquista que hacía unos documentos que eran auténticas obras de arte. Así que allí me cambié el nombre y la identidad tras beberme una botella de vino con él.
Me bautizó echándome un poco de vino en la cabeza diciendo:
Roberto Celada, hijo de José Alberto Celada y José Fina Reina. Nacido en Castellón el 15 de Agosto del año 17. Yo te bautizo en nombre del antifascismo y de la libertad. Invéntate una buena historia y dale bien duro a esos cabrones. ¡Salud y suerte!
En todo eso andaba pensando cuando El Orejas chistó y nos hizo señas para que nos agacháramos.
Escuché cascos de caballo, me escondí tras una roca y amartillé mi fusil Mosin Nagant .
Paree que el sonido alertó a los jinetes porque dejaron de sonar los cascos.
A la luz de las estrellas vi un par de sombras deslizándose entre los arbustos a unos 100 metros cerca de un río.
Más atrás venían más jinetes.
-Mierda.- Dijo el orejas- Saben que estamos aquí.
Luego con lenguaje de señas fuimos compartiendo sus órdenes:
-Tomad posiciones, esperad que se acerquen y fuego a discreción.
La tropa de los Guardias Civiles parecía que no acababa nunca y cuando comenzaron a trepar por la ladera de roca en roca, abrimos fuego.
Vacié el primer cargador en menos de medio minuto.
Los oídos me pitaban y las esquirlas de piedra saltaban por todas partes. Una me arañó la mejilla, me la toqué y noté el sabor de la sangre cuando me chupé el dedo.
Menos mal que el Demetrio había traído municiones.
Aguantamos allí cerca de dos horas, hasta que al amanecer los Guardias Civiles comenzaron a ser un blanco más fácil y se retiraron.
-Poco me fío yo de estos- Dijo el orejas con voz ronca- Vámonos al bosque pero rapidito.
Comenzamos a marchar cargando con tres heridos y un muerto.
Dos de los heridos no eran graves (una bala en la pierna uno y otra en el hombro otro) pero el sueco se había llevado un agujero en el pómulo y apenas se tenía en pie.
-Mi teniente, estamos dejando un rastro de sangre.
-Pues límpialo Benito, procura que no se vea.
Y así no podíamos movernos muy deprisa y la avioneta de los nacionales comenzó a oírse antes de haber alcanzado el bosque. Afortunadamente lo primero que hizo fue dirigirse a la montaña que acabábamos de abandonar.
Nos metimos en el bosque y enterramos a Felipe.
Quedaba poco del gordo bigotudo y bonachón que conocí hacía unos meses. Estaba flaco como un galgo. Como todos.
La huella de aquel 48 nos dejó claro que no había sido ella.
María La Guisandera no había cantado porque seguimos encontrando refugio entre los pastores de la zona y ellos hubieran sido los primeros en caer.
Alguien se habría chivado de ella y de que estábamos en esa zona. Seguramente algún vecino que la vio subir al monte con su cesta llena de quesos.
Poco después comenzaron a deforestar los bosques de roble y castaño. Las laderas se llenaron de leñadores y cada vez fue quedando menos pasto para las ovejas de los pastores en aquellas majadas de Gredos. Plantaron pinos. Como decía el Demetrio, había que resinarse. Vendió el ganado y se metió a resinero.
Ghandi había muerto aquel mismo año y Stalin y el P.C.E. (Partido Comunista Español) dejaron de apoyar a los maquis.
Yo seguí el augurio de aquella estrella que vi en la plataforma de Gredos y me fuí a ver a La Juana.
Iba escondido en un camión lleno de cerdos escondido tras una lona y unas mantas. Al llegar a Valencia me bañé en el mar, compré ropa nueva y llegué el día antes del nacimiento de nuestro hijo… que al final fue niña, y la llamamos María, por María La Guisandera. La que pudo haber cantado y se dejó la piel en el Palacio de la Mosquera, que dicen que desde entonces está encantado.
Los aliados nunca llegaron a liberar España, pero cuando volví al chateau de Jaques con mi familia un año más tarde, el marido de su hija se había liberado de sus celos.
Ahora cuando enciendo las velas de la tarta de María, sólo me acuerdo de aquella estrella fugaz que me enseñó a vivir sin miedo a la muerte. Ahora mi hija poco a poco, va enseñándome a vivir en paz.
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