Hudson Valley
Voy a dejar correr mis letras como ovejas descarriadas
guiadas por el deseo.
Tengo sed de montañas, de brebajes mágicos que sacien mi olvido.
Dulce néctar, escribiendo, me vacío de mí mismo.
Vivo en la dualidad de la noche del alma y también del día.
Sé que si saco mis ojos de paseo veré mecerse los fresnos en el fresco
atardecer
Sé que me mecerá la Tierra, como siempre hizo.
Y sin embargo, me compadezco, humano limitado a un solo cuerpo.
Sacudo la madeja de privilegios.
Canto. Recuerdo.
Voy a darte un regalo dice el viento. Te doy la inspiración, el Awen.
Hay mujeres pariendo, un mundo nuevo en cada rincón que teje
la vida, hay futuros padres que dejan de ser niños buscando compasión y ser
especiales.
Hay un tejón que alumbran los faros de mi coche en el estrecho camino a mi casa
Paso por un túnel de zarzas y robles.
El tejón encuentra su salida y yo me salgo con la mía, por fin escribiendo.
Cojo el sueño Sin Fin, y lo reúno como pedazos de mí que alumbro tras las
celosías.
Me embriago de pasiflora para alcanzar de lejos el sueño
diario de mi infancia.
sencillamente, volar. En Ala delta o simplemente levitar, observar los techos
desde arriba.
Levantar mis ojos hacia las estrellas y decirles, ¡allá voy vecinas!
Quisiera desnudar a Andrómeda y entrometerme en los
atardeceres de Casiopea.
Contar las lunas de un planeta de Betlejuse, bailar entre los soles de Sirio y
coger colores de las novas de Orión para hacerme una pared de color Universo en
mi habitación.
Me ha dicho Urano que somos hijos de las estrellas y que estamos en su era
donde las ilusiones quema.
Y si Morfeo tiene los tickets de este cohete espero que sea un humano el que al
menos lo copilote.
No hay escrito sin lector, y tampoco hay sueño sin espectador.
Antes de sumergirme en el espacio tengo una cita en las cuevas de Luis
Candelas.
En el autobús, la ciudad me parecía distinta, a la que contemplaba antes cuando
iba a cualquier parte.
¿Tanto hemos cambiado, querida urbe?
Es cierto antes te odiaba, pero ahora eres tan nueva que te tengo curiosidad y
te acaricio con las pestañas.
Llego hasta Sol, enfilo la Cava baja y ahí estoy, entrando en un antiguo bar
que tiene una entrada a las cuevas.
El ladrillo árabe rebela los orígenes, el agua, el propósito
y mis pies se sumergen en un fluido negro que no refleja ninguna estrella.
Tras varios cientos de pasos, dejo toda luz atrás, me reúno con el miedo y con
la esperanza.
Intento elevar mi canto y las paredes me lo devuelven por todos lados.
Sigo caminando hasta que mi canción se
abre y el eco realiza el canon que le faltaba a los armónicos de mi voz.
Sigo chapoteando y de pronto, una cerilla se desliza sobre la lija e ilumina un
rostro blanco y ovalado.
Las patillas lo revelan.
Es el fantasma de Luis Candelas.
Contrabando suena a libertad, a trabuco y a tabaco.
Contrabando huele a peligro. A soledad.
Y el fantasma sin decir nada, sonríe a la oscuridad.
Su dualidad, afuera lo busca, esgrimiendo porras y cadenas.
Los que se creen libres desconocen su instinto. Su impulso
tanático y su líbido.
Me rindo al afán de la vida pero acaricio también mi arco.
Cuando este apunta hacia el cielo, el iris de mis ojos en el
horizonte de la tierra lanza una flecha hacia las esferas.
Tal vez arriba nos esperen Odín y Heimdall.
Tal vez mordamos las manzanas de Freya.
O tal vez sólo la oscuridad nos acoja.
Pero quien ha muerto en esta vida no experimenta congoja.
Te ofrezco un vaso de un licor más
fuerte.
¿Quién no bebería a cambio del cielo
a la misma muerte?
Quién no mordería el sabor a pipas acres de los psilocibes o de las amanitas.
Quién se conformaría con una vida llena de espejos que no reflejan realmente
nada.
Lamentablemente no basta con morder o beber la carne y la sangre de la bella
negra.
Después hay que tocar sus acordes.
Cada día al levantarse
Esas son las reglas que miden paso a paso el infinito.
Meditar como ducharse.
Hacer yoga, como lavarse los dientes.
Y paso a paso vamos caminando
Hasta que devolvemos el cuerpo que nos prestaron los elementos.
Y entonces, sólo entonces, se ve la báscula del alma
Y esta echa a volar, por el arco
que apunta al cielo.
¿Daré a la luz
o daré en el negro?
En la respuesta
no habrá dualidad.
Inchalá.